En Zapatoca, Santander, donde nació, todos la conocen, es famosa y es un orgullo. A los niños de ese pueblo les dicen que tienen que ser como ella, como ‘la ciclista que fue a los olímpicos’ y que, añado yo, es la mejor ciclista que tiene Colombia en este momento.
Ella, como la mayoría de colombianos y especialmente gente que vive en los campos, es amable; primero está la comodidad del otro, por encima del de ellos. Esa característica tan importante para salir adelante, la supo trasladar al deporte, al ciclismo. Pero como toda buena historia en este deporte, ha necesitado de sacrificio y trabajo, mucho trabajo.
Puedes leer: ¿Froome descartó a Nairo con estas declaraciones?
Don Orlando Sanabria Quintero, padre de Ana Cristina, (estatura promedio, delgado pero con músculos fortalecidos por el trajín diario, piel bronceada y vestimenta sencilla) me recuerda una de esas virtudes que se pierden con el ‘corre corre’ de la ciudad: la paciencia. Con una amabilidad que se le nota en el rostro (una sonrisa tranquila y una paz que sólo otorga el contacto constante con la naturaleza: viento puro de los árboles y matorrales que rodean la finca), el hombre me dice que no fue sencillo ver que su hija quería dedicarse al ciclismo: un deporte, que aunque muy glorioso, peca de desagradecido.
Y más para las mujeres, pues en 2007, cuando ella inició, apenas se veían carreras de ciclismo femenino, pues acorde con la Federación Colombiana de Ciclismo, hasta 2016 se creó la Vuelta a Colombia Femenina, que a propósito, fue ganada por Ana Cristina. Antes, la Vuelta a Porvenir y unas ediciones femeninas de vueltas a Boyacá, Soacha, entre otras, confirmaban el poco progreso en este aspecto, en el que apenas se tenía como máxima figura a María Luisa Calle, quien tiempo después sería acusada de dopaje… Aún el ciclismo femenino es la gran deuda y reto de Fedeciclismo que ya confirmó que la Vuelta a Colombia Femenina de 2017, ascenderá a categoría 2.2.
Foto: Fedeciclismo.
—Yo quería que mami —dice don Orlando, refiriéndose a su hija— fuera enfermera o secretaria de una gran compañía.
—Yo no sabía eso papi —responde Ana Cristina con un ligero tono de sorpresa.
Tal vez por eso, cuando era pequeña, don Orlando le encomendaba los trabajos más duros a Ana Cristina como el de colaborar con las plantaciones de cebolla, alistar el café quitándole la cáscara. Cargar esto, ir hasta allá, caminar por acá, vigilar… todo aquello que podía pertenecer al campo para que no se perdieran las costumbres, esas que enseñan que el esfuerzo es el primer paso para que haya una buena cosecha. Sí, el ejemplo puede funcionar literal y metafóricamente. Ana Cristina la aprehendió de ambas maneras y concluye que ha sido una enseñanza invaluable para su vida.
Cuando Ana Cristina me invita a caminar por Zapatoca, su estilo colonial de inmediato cautiva y tiene la capacidad de producir algo parecido a lo que sería regresar en el tiempo. Pero a medida que caminamos, es interrumpida por sus coterráneos que la saludan, le piden foto o la interrogan sobre su futuro y ella, fiel a su casta humilde, siempre tiene una sonrisa y una palabra amable que no desentona con las enseñanzas que le ha dejado doña María Esther Sánchez Quintero (madre de Ana Cristina) y don Orlando.
En la sala de su finca, mientras llega el albor, Ana Cristina, don Orlando y yo nos ponemos una tarea que hasta ahora nunca habían hecho: contar los títulos de la mejor ciclista de Colombia. Basta con contar la cantidad de medallas y copas que descansan en un estante que se expone en el centro de su casa, una especie de museo. 62 títulos ha recibido ella desde el 2007 y luce con orgullo los conseguidos en 2016, que define como su mejor año, en especial por ser la única mujer de la selección Colombia de ciclismo conformada por Sergio Luis Henao, Esteban Chaves, Rigoberto Urán, Jarlinson Pantano y Fernando Gaviria. “Un lujo estar ahí”, según ella.
Los titulos.
En esa vitrina reposan vueltas a Colombia femeninas, vueltas a Boyacá, Campeonatos nacionales, entre otros. Ganarlos no fue sencillo (nunca lo ha sido, nunca lo será), pero “al principio es más complicado”, explica ella, evocando esa sensación de incertidumbre que trunca tantos sueños cuando no se enfrentan.
Ana Cristina, luego de mostrar su talento en Santander, partió para Boyacá, para Tunja, a buscar una mejor locación de entrenamiento, cuando le dijeron que la querían en el equipo ciclismo de Bogotá. Un paso más cerca de sus sueños, aunque aún faltaba, había camino y tenía que pedalear más.
Fuera de casa.
Llegó a Tunja, ya adaptada a los golpes y a las pruebas que tiene la vida para ser la mejor. Así que, sin dejar nunca de lado la bicicleta, fue mesera en un restaurante en el que sus dueños amaban el ciclismo. Otro guiño, otra señal de la vida, que a pesar de ser radical, es benevolente y te encamina cuando estás seguro de optar por un sendero.
Allí tenía que lavar platos también y esto le sirvió de entrenamiento, de experiencia para conseguir un trabajo donde le pagaban mejor: lavó bodegas y frutas y aunque esto parezca alejado del ciclismo, en esos años pudo cruzar un par de palabras con Nairo Quintana. Esa cantidad de palabras fue suficiente, lo importante fue ver a la figura, a uno de los mejores ciclistas del mundo.
Puedes leer: Miguel Ángel López ¿al nivel de Nairo Quintana?
Así que continuó lavando y pedaleando, y ganando carreras. Ascendió y se puso a vender frutas y comprendiendo lo que significa en todo el rigor de la palabra, ser ciclista en Colombia, aprendió que la vida de un escarabajo tiene que estar ligada a las raíces y la humildad.
Poco a poco los triunfos llegaban y hacía su trabajo entrenando todos los días, escalando carreteras y viviendo al límite… Cuando un día cualquiera del 2016, la llamaron a decirle que sería la única mujer integrante de la Selección Colombia de Ciclismo de ruta en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016, por ser la mejor ciclista de Colombia. Un premio, un sueño hecho realidad.
Foto: Facebook Ana Cristina Sanabria
Lo interesante de un sueño, es que el sujeto que lo cumple le cuesta aceptar que al final, todo lo que imaginó se hizo realidad. Es como si el sueño se fuera apoderando tanto de la persona que lo contagia de su irrealismo.
—Yo no lo podía creer… —Dice doña María Esther— Que mija fuera la única con esos grandes ciclistas (Esteban Chaves, Rigoberto Urán, Sergio Luis Henao, Jarlinson Pantano), eso no…
—Yo no lo podría creer… —Dice Ana Cristina— Es que estar allá y ser la única mujer en la selección y con esos ciclistas…
—Yo no lo podía creer… —Dice Don Orlando— Aunque siempre creíamos que iba a ser la mejor ciclista de Colombia.
¿Alguna vez, cuando ella inició en el ciclismo, ustedes creían que llegaría a ser deportista olímpica? Les pregunto a todos, mientras terminamos de almorzar: “No”, dicen seguros y por ello la sorpresa fue ingrediente adicional a toda esa historia que le ha tocado vivir desde 2007 cuando se aventuró a cumplir con un sueño que, como cualquier otro, tiene sus momentos difíciles.
Ahora, cuando ella regresó de Río de Janeiro, todo había cambiado. La gente de su pueblo la había visto por televisión y la reconocían. Le hicieron homenaje en Zapatoca y don Orlando puso a la entrada de su vereda San Gil, una bicicleta con cinco anillos que diferencia a su casa de las demás la cual dice que acá nació y empezó su historia la mejor ciclista de Colombia. Será muy fácil reconocer el lugar donde viven los padres de Ana Cristina.
Lo bonito de plantearse una meta, es que cuando lo alcanzas te propones una más grande y así vas alcanzando logros más grandes, pues ya sabes la batalla y la lucha que requiere meterse en un problema de esos, un problema tan necesario y esencial en cualquier vida.
Ana Cristina ya cumplió otro paso, correr en un equipo internacional, el Servetto Giusca creyó en ella y en el pasado Giro Rosa empezó su experiencia internacional… Para don Orlando, el sueño con su hija es mucho más romántico:
—Que suene el himno nacional, mientras mija está en el primer lugar.